jueves, 7 de agosto de 2008

Seguridad

Sentado, observando las filas del teclado, viene a mi memoria un hecho ocurrido en una particular etapa de mi vida. Me encontraba a casi 5000 metros sobre el nivel del mar, casi en la cima de una montaña en el cual se encontraba una laguna. Dicha laguna se alimentaba de las ocasionales lluvias de la región.Era una montaña de arcilla roja y lajas sueltas. La laja de la laguna formaba bañeras naturales donde el agua, presa, se entibiaba bajo el inclemente sol. Parte de la laguna tenia playa de arenas blancas, donde se percibía las pisadas de las liebres que por la mañana subían a tomar agua y la ocasional huella de un puma americano que la había visitado. Desde allí se veía todo el valle en un caleidoscopio de colores diversos. El paisaje en conjunto era bellisimo y durante muchos años fue mi refugio de meditación a 12 horas de cualquier poblado. Se accedia allí subiendo desde los 3.250 metros.A esa altura el silencio era total, profanado solo por el silbido siseante de Shulco (nombre quechua que le dan los habitantes de la región al viento). La velocidad y la fuerza del viento crece a medida que uno va subiendo de altitud y este detalle es el protagonista de esta anécdota. Se me había ocurrido subir hacia la cima de esa montaña y lo llevé a cabo. Les conté que la montaña estaba principalmente constituida por lajas suelta, lo que hacia dificultoso y agotador la trepada. A medida que lo hacía, el viento arreciaba cada vez mas golpeandome contra la roca. En ese momento descubrí una faceta desconocida para mi de la inseguridad. El sentir que estaba a merced de un elemento sin que pudiera ejercer mi voluntad para controlarlo. El viento me mecía y me empujaba a medida que subia, sin que mi cuerpo pudiera poner resistencia. En ese momento senti ese sentimiento de inseguridad que se convirtio pronto en temor. Este hecho del pasado me hace reflexionar sobre el deseo de seguridad. La mayoría de nosotros queremos sentirnos seguros. Ésta es una de las exigencias de la parte animal de los seres humanos. Es evidente que debemos tener cierta seguridad en el sentido físico, debemos tener un lugar en donde vivir y debemos saber dónde vamos a comer la próxima vez. En el animal, en el bebe, en el niño, es muy fuerte el impulso a sentirse físicamente seguros, y la mayoría de nosotros exigimos sentirnos psicológicamente seguros. Por eso somos competidores, por eso somos celosos, tenemos codicia, envidia, somos brutales; por eso nos preocupamos tanto de cosas que nada importan. Esta demanda insistente de seguridad psicológicamente ha existido durante millones de años, y nunca hemos investigado su verdad. Hemos dado por sentado que debemos tener seguridad psicológica en nuestra relación con nuestra familia, con nuestra esposa o nuestro marido, con los hijos, con la propiedad, con lo que llamamos Dios. A toda costa queremos sentirnos seguros.Ahora bien, yo quiero estar en comunión con esta demanda de seguridad psicológica, porque es un problema real. El no sentirnos psicológicamente seguros significa, para la mayoría de nosotros, hundirnos, o bien volvernos neuróticos, raros. Podemos ver esa mirada peculiar en la cara de muchas personas. Quiero descubrir la verdad del asunto, quiero comprender toda esta exigencia de seguridad; pues es el deseo de estar seguro en la relación lo que engendra celos, ansiedad, lo que hace surgir el odio y la desdicha en que vivimos la mayoría de nosotros. Y habiendo exigido seguridad durante tantos millones de años, ¿cómo va la mente, estando tan condicionada, a descubrir la verdad de la seguridad? Para descubrir su verdad, ciertamente, tengo que estar en comunión con ella. No puede decírmelo otra persona. Eso sería demasiado tonto. Tengo que aprender yo mismo sobre ello, tengo que investigarlo, descubrirlo; tengo que estar en completa intimidad con esta exigencia de seguridad; si no, nunca sabré si existe o no eso de la seguridad. Éste es probablemente el gran problema para la mayoría de nosotros. Si descubro que no existe la seguridad en absoluto, entonces no hay problema, ¿verdad? Entonces estoy fuera de esta batalla por la seguridad, y, por lo tanto, mi acción en la relación humana es enteramente distinta. Si mi esposa quiere escaparse, escapará, y yo no convierto esto en un problema, no odio a nadie, no me vuelvo celoso, envidioso, furioso, y todo lo demás. Personalmente, no quiero convertir la seguridad en un problema; no quiero crear en mi vida un problema de ninguna clase: económico, social, psicológico o el llamado religioso. Veo muy claramente que una mente que tenga problemas; se vuelve obtusa, insensible, y que sólo es inteligente una mente sensible en alto grado. Y como este anhelo de seguridad es tan hondo y perpetuo en cada uno de nosotros, quiero descubrir la verdad sobre la seguridad, mas ésta es una cuestión muy difícil de investigar, porque, no sólo desde la niñez, sino desde el principio mismo del tiempo, siempre hemos querido sentirnos seguros: seguros en nuestro trabajo, en nuestros pensamientos y sentimientos, creencias y dioses, en nuestra nación, familia y propiedad. Por eso la memoria, la tradición, todo el trasfondo del pasado desempeñan un papel tan extraordinariamente importante en nuestra vida. Mas toda esa experiencia hace aumentar mi sensación de seguridad. Toda experiencia se registra en la memoria, se añade al almacén de cosas que han pasado. Esta experiencia acumulada llega a ser mi trasfondo permanente mientras yo viva, y con ese trasfondo sigo experimentando; por lo tanto, toda ulterior experiencia se añade a ese trasfondo de memoria en que me siento salvo y seguro, y lo refuerza. Tengo, pues, que darme cuenta de todo este extraordinario proceso de mi condicionamiento. No se trata de saber como librarme de mi condicionamiento, sino de estar en comunión con él en todo momento.
Entonces puedo mirar el deseo de seguridad sin convertirlo en un problema. Para descubrir lo verdadero sobre la seguridad, tenemos que estar en comunión con el profundo y arraigado deseo de estar seguros, que se está repitiendo constantemente en diversas formas: buscamos la seguridad, no sólo en la familia, sino también en recuerdos y en el dominio o la influencia de otro. Volvemos al recuerdo de alguna experiencia o relación que nos ha complacido, que nos dio esperanza, seguridad, y en ese recuerdo nos refugimos. Existe la seguridad de la habilidad, del conocimiento; existe la del nombre y la posición, y existe la de la capacidad: podemos pintar o tocar el violín o hacer cualquier otra cosa que nos dé una sensación de seguridad.Sin embargo, una vez que estamos en comunión con el deseo que nos impulsa a buscar seguridad, y percibimos que es este deseo el que crea contradicción, porque nada en la Tierra está nunca seguro, incluso nosotros mismos; cuando hemos descubierto eso y no nos hemos limitado a que nos hablen de ello, y hemos resuelto el problema por completo, entonces hemos salido de todo este campo de contradicción y estamos, pues, libres de temor.No fue mi caso en ese instante del pasado en que me senti desprotegido, inseguro, solo y con temor.

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