miércoles, 24 de diciembre de 2008

Natividad

Natividad, la fiesta tradicional compartida por la mayoria de los habitantes que circulan por esta mañana acuosa tucumana apresurados por adquirir regalos y asegurar la comida, centro de las reuniones familiares.Mientras los observo saltando entre remolinos de agua me pregunto si en sus corazones aleteará el espiritu navideño.Si en las pausas del afan de adquirir se acuerdan del niño que vino a redimir al mundo o que existió un San Nicolás que ayudaba a los niños pobres y que este acto en realidad fué el origen de los obsequios que se reciben en la nochebuena.Reflexiono que el mejor regalo que se le puede dar a una persona en esta fecha es nuestro tiempo.No imaginamos cuanto lo necesita, al niño que te pide un pan en la calle, al anciano que no tiene quien lo visite en el asilo, a los niños que se han quedado huérfanos, al pordiosero, a los que se encuentran en la cárcel, a los niños que yacen enfermos en hospitales y que quizás nunca tuvieron un momento de alegría, un juguete o una golosina navideña.¿Nos damos cuenta como hace falta en este mundo el amor, la fe, la honestidad, la bondad, el respeto y tanto valores que habría que mencionar?. Mientras contemplo las gotas deslizarse por el cristal de la ventana, un niño humedo se detiene en la vereda de enfrente temblando de frío, extendiendo la mano a los distraidos transeuntes que lo ignoran. Luego de insistir un rato , saca un manojo de estampitas que se humedecen rapidamente en sus manos esperando el espiritu navideño que lo esquiva.Lo veo poner la mano en el bolsillo y buscar otro escenario. Tal vez a la tarde tenga suerte, tal vez a la noche, a la hora que nazca el niño en los corazones, tal vez...Mientras tanto el espiritu navideño se guarece de esta lluvia persistente. Un simbolo.

martes, 9 de diciembre de 2008

Natura

El sol reverbera en el cristal iridiscente del rocío de la madrugada, cual lágrima solitaria deslizándose por el terciopelo de los pétalos. Trinos ocultos y apagados anuncian la presencia furtiva de alguien, moviéndose en la sofocante floresta. Natura misma se inhibe entre las sombras protectoras de la vegetación. Un presagio de fatalidad invade el espacio, invitando a las aves de rapiña a circundar el orbe natural y silente, en múltiples y anillados círculos. Las sombras, arabescos neutros mimetizados entre árboles añosos y centenarios parece que ocultan un misterio, entre follajes con reminiscencias ancestrales. De pronto, entre los canoros trinos, un grito desgarrador hiere la silente orfandad, agudo, dolido, aterrador ante lo ineluctable. Las aves emprenden una precipitada huída, haciendo temblar las copas de los vetustos árboles, abriendo senderos certeros a los depredadores, que ven recompensada su larga espera. Un último estertor de las copas, del follaje, entre las ramas y el silencio apoderándose de todo el orbe, enlutado por un misterio cuya tristeza, las innumerables flores expresan en sus pétalos húmedos de rocío; contemplando, a través del reverberar de sus iridiscentes cristales húmedos, la liberación de un alma solitaria elevándose hacia el cielo, acompañando los últimos rayos de luz que anuncian la proximidad del ocaso.
En el hueco seco de un imponente árbol, un par de ojos atemorizados, han quedado atrapados entre la fatalidad, cuyos motivos ignora y la naciente oscuridad que teme. A esos ojos lo acompaña un cuerpo diminuto, delgado, temblando en convulsivas contracciones, aferrado a un objeto grana, de albo contenido, revelador de un misterio que hace temblar más a este ser que el escalofriante alarido que lo obligó a buscar refugio entre los arbóreos restos de la floresta. Un búho, cual saeta relampagueante, cruza el oscuro espacio, emitiendo un sonido que parece una burlona carcajada, repetida en ecos insondables. El silencio que sigue es una pesada cadena que inmoviliza su voluntad , más aún cuando de entre las sombras, clamores apagados, acompañan voces desconocidas que se pierden a lo lejos.
La noche, tiende un pesado velo intimidador para sus sentidos. Se acurruca en la madera húmeda, temblando, mientras escudriña a través del follaje que se mueve a intervalos inquietantes; mientras el objeto grana palpita iridiscente entre sus temblorosas manos. La angustia atenaza su garganta, sintiendo tañer en sus oídos el repiqueteo constante de un corazón que late agónicamente. Céfiro, embravecido lo apretuja contra la corteza del refugio, silbando en sus oídos, castigando la espesura. El terror comienza a alterar su conciencia, hasta tal punto que a las voces fantasmales se suma un murmullo creciente que se siente aún lejano, pero que se acerca lento e inexorable. Siente el deseo de huir, pero antes quiere desprenderse de ese objeto que lo encadena a ese lugar. Objeto que lentamente va perdiendo fuerza, mientras paradójicamente, el murmullo crece, como si lo unieran lazos invisibles. La angustia, el terror contenido se desborda, echando a correr en la oscuridad tempestuosa. Truenos y relámpagos, hieren la bóveda por arriba del follaje, mientras a sus espaldas el murmullo toma forma de un llamado angustiante, que se mezcla con los elementos y por momentos, pareciera que fueran uno. Corre, con los elementos sobre él, hasta que tropieza con un arquetipo antropomorfo, en un claro de la floresta. Se aferra a ese obstáculo, tembloroso, mientras el barro y el agua se adhieren a su rostro. Lo contempla iluminado, por la luz de los relámpagos, con el objeto grana y albo que, al caer de sus manos temblorosas, reposa en el pecho del cuerpo inerme, mientras enloquecido de terror y en medio de los vahídos convulsivos del desvanecimiento es alcanzado por ese murmullo atemorizante que toma forma de una voz firme pero dolida que clama : Caín... ¿qué has hecho?. La voz de la sangre de tu hermano... clama a mí desde las profundidades...